Capítulo I
«Si queremos que
nuestra especie sobreviva, si nos proponemos encontrar un sentido a la vida, si
queremos salvar el mundo y cada ser sintiente que en él habita, el amor es la
única y la última respuesta» -Albert Einstein.
Imaginemos
una balanza. Todos hemos hecho esto al menos una vez a lo largo de nuestra vida;
de un lado ponemos nuestros miedos, del otro lo que nos proponemos alcanzar. Si
los miedos pueden más, nos sometemos a ellos y dedicamos el resto de nuestra
existencia a lamentarnos. Observamos como nuestro cebo se derrite, como la
llama se extingue. Encontramos placer en las pequeñas excusas que todo lo
explican pero que nunca explican lo suficiente y en las que no ahondamos muy
profundo.
A veces, en las noches sin sueño, evitamos la mirada del techo
exigente y nos enchufamos distracciones. Nos enchufamos a una pantalla de
sueños más fáciles. Que no son nuestros, quizás lo sean de alguien más o de
todos los que son como nosotros. Y luego le aseguramos al techo que todo está
bien, que nos estamos moviendo, que estamos respirando. Que quizás no te
tiemblen las manos cuando veas levantarse el telón y escuches los aplausos del
otro lado, a la espera de tus gestos, de tu voz. No se te hará un nudo en la
garganta ni escucharas el eco de tus latidos en todo el cuerpo como si todas
las células vibraran al unísono. Pero vas a poder comer todos los días, o al
menos eso dicen.
Y eso está bien.
—
¿Y
qué clase de sorpresas son esas? — Pregunté a la chica del otro lado del
teléfono, ya que había heredado la
desconfianza de mi madre en todos estos asuntos en el que premian a uno por
hacer algo sencillo.
—
Eso
depende de lo que uno ponga en la balanza pero, con la nueva aplicación Guerra de Corazones, puede hacer dinero
fácil desde su casa con tan solo registrarse y seguir los pasos para crear un
personaje.
La
desconfianza creció cuando insistí respecto a la posibilidad de abandonar el
juego en cualquier momento, la chica seguía evadiendo el tema hasta que
finalmente confesó:
—
Eso
también depende de lo que uno ponga en la balanza, ciertos desafíos implican
más continuidad que otros pero siempre se le avisara de antemano si puede o no
puede dejar de jugar.
—
¿Y
si me dicen que no puedo pero quiero dejarlo igual?
Otra
habilidosa escapada. Me agradeció por mi tiempo, nos despedimos. Pensé en las
balanzas, en la vida, en mi techo. Eran las diez así que sostuve el espejo de
mano y le sonreí a la niña que me sonreía del otro lado, era una vieja
costumbre esta de hablarle a la yo de otra época. A veces me censuraba, otras
me daba ánimo.
Algunas veces me hacía sentir mejor y otras me hacía cuestionar
el sentido de todo, pero en ningún caso podía abandonarla.
Le conté sobre la
aplicación, ella me habló de mis sueños. Me gustaba dormir escuchando su voz, recordándome
aquella vez en la que pasé dos meses enteros en la casa de la abuela buscando
un trébol de cuatro hojas entre sus rosales o cuando diseñé una pirámide de cien
grullas de origami para poder pedir un deseo. Entonces, cuando la dosis de
esperanzas podridas comenzaba a afectarme y mis puños se cerraban para atrapar
la tristeza, ella me cantaba aquella canción.
Y todo estaba bien.
Buena pinta. Ansioso por más!
ResponderEliminarFelicitaciones y exitos! Capitulo II.. ☺
ResponderEliminarMuy bueno,espero pronto el otro capìtulo.
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