lunes, 20 de febrero de 2017

Guerra de corazones

Capítulo VI

«Cuando compre un espejo para el baño/ voy a verme la cara/ voy a verme
Pues qué otra manera hay decidme/ qué otra manera de saber quién soy (…)
Pensaré no me gusta o pensaré/ que esa cara fue la única posible
Y me diré ésa soy yo ésa es idea/ y le sonreiré dándome ánimos » –I. Vilariño.

Imaginemos que tenemos un presentimiento. Bueno, malo. No importa. Uno de esos que aparecen sin previo aviso, cuando despertamos o estamos por cruzar una calle. Cuando visitamos la casa de un amigo por primera vez, esperamos en la fila del aeropuerto o cruzamos miradas con un extraño en el transporte público. Parece que en nuestra mente se gestara un mensaje de suma importancia pero se desintegrara justo antes de que fuéramos capaces de leerlo, así que dudamos. Fruncimos el ceño, le damos vuelta al pensamiento como raspando el chocolate del fondo de la taza. Luego, damos el paso que hace falta.

Desperté a causa de la notificación de mi celular, lo que me sorprendió porque estaba segura de tener el aparato en modo silencioso. La alerta provenía del ícono de la aplicación de Guerra de corazones porque el creador del juego estaba organizando un evento en su casa y pretendía invitar a los mejores jugadores a una ronda especial para celebrar el aniversario desde su creación hacía exactamente un año. Ya estaba por negarme cuando apareció la oferta.

    ¡No tiene sentido! ¡Tiene que ser una broma!

Había reunido el coraje para ir a buscar a Lorena a su casa y nos encontrábamos tomando el acostumbrado brebaje caliente y su tarta de manzana. Ella se había quitado el delantal esta vez y jugueteaba con sus manos en el regazo, nerviosa.

    Quizás en los términos y condiciones había alguna cláusula que los permitiera a los creadores tener acceso a tu información personal— Sugirió ella y su mano buscó a tientas su celular— A mí no me mandaron nada.

Por supuesto que ellos no la habían invitado, pensé. Solo lo hubieran hecho si fuera una reunión de los peores jugadores. Me reservé el comentario, no lo hubiera hecho en otro momento pero ya no éramos las mismas.

    Esa información era demasiado personal, no hay ningún registro físico o virtual que los pueda hacer llegar a ello. La única posibilidad es que hayan ahondado en mis recuerdos.

La posibilidad me aterraba. Si podían tener acceso a las pulsaciones, para medir el nivel de atracción de una persona hacia otra, ¿podría ser que tuvieran mecanismos secretos para hacerse con mis pensamientos? Lorena volvió a preguntarme qué me habían mandado y yo me debatí entre mostrarle el mensaje con la foto pero decidí no hacerlo, jamás le había mencionado a nadie el secreto del accidente. Siquiera a ella, en su debido momento. No había forma posible de que el creador del juego supiera y me ofreciera, a cambio de participar en su fiesta, las respuestas que siempre había buscado.

    Si vas y te encuentras al creador, podrías preguntarle como obtuvo esa información.

    Es lo que planeo hacer pero…

Recordé las palabras de la joven que me había llamado por teléfono para publicitar la aplicación respecto a algunos desafíos que ofrecían mejores recompensas pero pedían mayor continuidad a cambio. Este, en particular, tenía la más grande recompensa que podrían ofrecerme pero, a su vez, exigía –en caso de aceptarlo- ser constante hasta el final. ¿Cuáles serían las consecuencias para los que abandonaran el juego una vez empezado?

    Es sospechoso, ¿no te parece?— Tomé otro sorbo del chocolate y me acomodé en el respaldo, había estado encorvada más de lo que recordaba y me dolía la espalda— Se tomaron el trabajo de investigar a fondo a los mejores jugadores, individualmente, para ofrecer un premio que no podrían rechazar.

    El desafío consiste en ir a su casa— Analizó Lorena, encogiéndose de hombros— Una vez allí, ya ganaste. Si lo que pasa allí te resulta sospechoso, basta con regresar sin aceptar más desafíos y borrar la aplicación una vez en casa.

Tenía razón. Sonreí sinceramente, por primera vez en mucho tiempo, y le agradecí. Logramos entablar una conversación más relajada, le hablé del trabajo y de mis sueños. No de los verdaderos, sino los posibles. Ella me contó que su madre había muerto a causa de una enfermedad y que su padre no se encontraba bien desde entonces, el pobre vivía en un asilo a pocas cuadras y ella lo iba a visitar día por medio. Me contó que había empezado la facultad de ciencias pero había abandonado al poco tiempo y ahora acababa de terminar los estudios de enfermería y pretendía trabajar con ancianos y niños.  

Esa noche, mirando al techo como si en él encontrara la aprobación que necesitaba, acepté el desafío y me volteé dispuesta a dejar el celular en la mesita de luz y apagar la luz de la lámpara pero, justo entonces, volví a encontrarme con la yo del pasado que me observaba desde el espejo de mi tocador. 

¿Qué sucede? Le pregunté, incorporándome en la cama con la frente perlada en sudor. Ella no podía contestarme, estaba amordazada con las manos atadas en la espalda.


FIN DE LA PRIMERA PARTE

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