Capítulo VI
«Cuando compre un
espejo para el baño/ voy a verme la cara/ voy a verme
Pues qué otra
manera hay decidme/ qué otra manera de saber quién soy (…)
Pensaré no me gusta
o pensaré/ que esa cara fue la única posible
Y me diré ésa soy
yo ésa es idea/ y le sonreiré dándome ánimos » –I. Vilariño.
Imaginemos
que tenemos un presentimiento. Bueno, malo. No importa. Uno de esos que
aparecen sin previo aviso, cuando despertamos o estamos por cruzar una calle.
Cuando visitamos la casa de un amigo por primera vez, esperamos en la fila del
aeropuerto o cruzamos miradas con un extraño en el transporte público. Parece
que en nuestra mente se gestara un mensaje de suma importancia pero se
desintegrara justo antes de que fuéramos capaces de leerlo, así que dudamos. Fruncimos
el ceño, le damos vuelta al pensamiento como raspando el chocolate del fondo de
la taza. Luego, damos el paso que hace falta.
Desperté
a causa de la notificación de mi celular, lo que me sorprendió porque estaba
segura de tener el aparato en modo silencioso. La alerta provenía del ícono de
la aplicación de Guerra de corazones
porque el creador del juego estaba organizando un evento en su casa y pretendía
invitar a los mejores jugadores a una ronda especial para celebrar el
aniversario desde su creación hacía exactamente un año. Ya estaba por negarme
cuando apareció la oferta.
—
¡No
tiene sentido! ¡Tiene que ser una broma!
Había
reunido el coraje para ir a buscar a Lorena a su casa y nos encontrábamos
tomando el acostumbrado brebaje caliente y su tarta de manzana. Ella se había
quitado el delantal esta vez y jugueteaba con sus manos en el regazo, nerviosa.
—
Quizás
en los términos y condiciones había alguna cláusula que los permitiera a los
creadores tener acceso a tu información personal— Sugirió ella y su mano buscó
a tientas su celular— A mí no me mandaron nada.
Por
supuesto que ellos no la habían invitado, pensé. Solo lo hubieran hecho si
fuera una reunión de los peores jugadores. Me reservé el comentario, no lo
hubiera hecho en otro momento pero ya no éramos las mismas.
—
Esa
información era demasiado personal, no hay ningún registro físico o virtual que
los pueda hacer llegar a ello. La única posibilidad es que hayan ahondado en
mis recuerdos.
La
posibilidad me aterraba. Si podían tener acceso a las pulsaciones, para medir
el nivel de atracción de una persona hacia otra, ¿podría ser que tuvieran
mecanismos secretos para hacerse con mis pensamientos? Lorena volvió a
preguntarme qué me habían mandado y yo me debatí entre mostrarle el mensaje con
la foto pero decidí no hacerlo, jamás le había mencionado a nadie el secreto
del accidente. Siquiera a ella, en su debido momento. No había forma posible de
que el creador del juego supiera y me ofreciera, a cambio de participar en su
fiesta, las respuestas que siempre había buscado.
—
Si
vas y te encuentras al creador, podrías preguntarle como obtuvo esa
información.
—
Es
lo que planeo hacer pero…
Recordé
las palabras de la joven que me había llamado por teléfono para publicitar la
aplicación respecto a algunos desafíos que ofrecían mejores recompensas pero
pedían mayor continuidad a cambio. Este, en particular, tenía la más grande
recompensa que podrían ofrecerme pero, a su vez, exigía –en caso de aceptarlo-
ser constante hasta el final. ¿Cuáles serían las consecuencias para los que
abandonaran el juego una vez empezado?
—
Es
sospechoso, ¿no te parece?— Tomé otro sorbo del chocolate y me acomodé en el
respaldo, había estado encorvada más de lo que recordaba y me dolía la espalda—
Se tomaron el trabajo de investigar a fondo a los mejores jugadores,
individualmente, para ofrecer un premio que no podrían rechazar.
—
El
desafío consiste en ir a su casa—
Analizó Lorena, encogiéndose de hombros— Una vez allí, ya ganaste. Si lo que
pasa allí te resulta sospechoso, basta con regresar sin aceptar más desafíos y
borrar la aplicación una vez en casa.
Tenía
razón. Sonreí sinceramente, por primera vez en mucho tiempo, y le agradecí.
Logramos entablar una conversación más relajada, le hablé del trabajo y de mis
sueños. No de los verdaderos, sino los posibles. Ella me contó que su madre
había muerto a causa de una enfermedad y que su padre no se encontraba bien
desde entonces, el pobre vivía en un asilo a pocas cuadras y ella lo iba a
visitar día por medio. Me contó que había empezado la facultad de ciencias pero había abandonado al poco
tiempo y ahora acababa de terminar los estudios de enfermería y pretendía
trabajar con ancianos y niños.
Esa
noche, mirando al techo como si en él encontrara la aprobación que necesitaba,
acepté el desafío y me volteé dispuesta a dejar el celular en la mesita de luz
y apagar la luz de la lámpara pero, justo entonces, volví a encontrarme con la
yo del pasado que me observaba desde el espejo de mi tocador.
¿Qué sucede? Le
pregunté, incorporándome en la cama con la frente perlada en sudor. Ella no
podía contestarme, estaba amordazada con las manos atadas en la espalda.
FIN DE LA PRIMERA
PARTE
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