viernes, 10 de febrero de 2017

Guerra de corazones

Capítulo III

«Todo consistía más en cómo lucían las cosas que en cómo eran. Sea como fuere, lo más importante era convertirse en algo que tuviera apariencia de algo» –Janne Teller.

Imaginemos a un televidente. Todos lo hemos sido alguna vez. Hoy en el informativo pasaron la desaparición de una adolescente en un baile, un tiroteo en una panadería, la violación de una joven en manos de su padrastro. Ya lo naturalizamos. No nos cubrimos la boca, horrorizados, ni lloramos hasta que acabe la noticia.  Forma parte de una realidad similar a la de las caricaturas porque, de hecho, esta caricaturizado. De los videojuegos, porque parece que nuestras decisiones no importaran. Al fin y al cabo, bastaría con reiniciar el juego o apagar el aparato para separarnos de esa realidad. Lejos de la nuestra. Nos alejamos de todo, vamos a un lugar seguro.

No había creado un personaje pero había recorrido la plataforma en modo incógnito por horas y había sacado algunas conclusiones. En su mayoría, los jugadores tenían promedios similares y terminaban los plazos con empates sin que ninguno enamorara al otro salvo ciertas excepciones de aquellos que parecían invencibles. La pantera, el grito del silencio, la trampa, el guardián del secreto. El promedio de Lorena era lamentable. Ocho partidas jugadas. Ocho perdidas.

¿Qué perdía al intentarlo?

Coloque una suma de dinero poco tentadora en la balanza, rellené el formulario de la forma de pago y la información personal necesaria. Iba a leer las bases y condiciones pero se extendían unas 2.500 páginas, como si rellenaran cientos de ellas para que las personas no perdieran su tiempo y pasaran por alto las que realmente importaban. Tuve que tomar una foto de cuerpo entero en la que el programa se basaría para crear el personaje pero, una vez que pude cambiar algunos detalles como el pelo y los ojos, hice que luciera tan diferente a mí como fuera posible, cosa de que nadie pudiera asociarme a él si me vieran en la calle. Conforme con el resultado final, esperé que me asignaran un jugador que aceptara la mínima suma que había propuesto.

Malcom. Una batalla ganada, cinco empatadas. Indicador blanco.

Me recosté en el sillón deslizando la pantalla hacia abajo para seguir leyendo las cosas que me escribía, identifiqué la estrategia de inmediato: lograr que su trágica historia de vida removiera mis entrañas. Algo sobre su divorcio, situación económica, problemas con sus padres. No estaba funcionando. De hecho, siquiera creía en las cosas que me contaba, bien podía haber sido la táctica usada con sus anteriores rivales. Me asqueaba que una persona pudiera inventar problemas para ganar un par de billetes, que pudiera jugar con los sentimientos de otros y sacarles provecho. ¿En qué me había metido?

¿Por qué haces esto? ¿Realmente necesitas el dinero?

Pasó la semana que se nos había asignado y jamás contesté ninguno de sus mensajes. Al principio se presentó como un mártir para luego martirizarme. Pronto se volvió insistente y sus últimos mensajes estaban plagados de insultos y maldiciones porque parecía que jugara él solo, estaba haciéndole perder el tiempo. Tiempo. ¿No lo estábamos perdiendo todos? ¿Cómo se hace para no perderlo? Por supuesto, acabó en empate con ambos indicadores en blanco.


El amor se parece mucho a trabajo en equipo, pensé, pero de cierta forma es también una competencia.  

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