domingo, 5 de febrero de 2017

Guerra de corazones

Capítulo II

«Dices que tienes corazón, y sólo/ lo dices porque sientes sus latidos;

Eso no es corazón..., es una máquina/ que al compás que se mueve hace ruido». –Bécquer. 

Imaginemos que nos encontramos con un instrumento por primera vez. Todos hemos pasado por eso. Estiramos la mano tímidamente, mirando para los costados para asegurarnos de que no hay nadie que pueda juzgar nuestra ignorancia. Apretamos una tecla al azar o una cuerda. Observamos, mordisqueando nuestro labio inferior, preguntándonos como hará la gente que sabe. Como en la vida. ¿Cómo harán ellos? ¿Será esfuerzo, será talento? ¿Será suerte?

Y a veces termina allí el experimento, nos alejamos porque otras cosas llaman nuestra atención, o el encuentro cambia nuestra vida para siempre y las caricias se multiplican hasta tornarse en melodías y las melodías en sentimientos cada vez mejor representados. Como en la vida, a veces las inseguridades nos alejan y culpamos al tiempo. Otras nos aferramos a nuestros instrumentos y ellos se encargan de exteriorizar nuestra forma de ver el mundo, ofrecer nuestro corazón a otros para que lo palpen, inhalen su aroma con los ojos cerrados, y luego nos lo devuelvan.

    ¿Celia?

La puerta se abrió y Lorena emergió, tal como la recordaba. Como una conejita regordeta de mejillas sonrosadas y labios carnosos. Ojos negros, asustadizos.

    Que sorpresa. Pasa.

Se apresuró a limpiar sus manos en el delantal y se arregló el moño mientras se movía nerviosa de un lado a otro de la piecita. La seguí, cerrando la puerta a mis espaldas. No la veía desde la secundaria, desde el accidente. Estaba haciendo una tarta de manzana; me ofreció chocolate caliente, arrojó leña al fuego, prendió un incienso. Solía bromear al respecto, le decía que sus inciensos eran como cigarros pero aprobados por la inspección de su madre. Quizás había sido demasiado dura con ella, ahora me lo cuestionaba. Hasta cierto punto, cruel.

    El otro día me llamaron los de la publicidad de esta aplicación nueva— Le dije y tomé asiento porque me cansé de seguirla de un lado a otro— Guerra de corazones. Le di un vistazo y me apareciste como usuario registrado.

Lorena frunció el ceño. Se había estado preguntando a qué se debía mi visita, seguramente, y pronto yo desperté de mis ensoñaciones y empecé a cuestionármelo también. Allí estábamos, dos desconocidas que alguna vez habían sido amigas, mirándonos a los ojos como si en ellos se encontrara un texto importante escrito en otro idioma.

    Es solo un juego, una tontería— Se sentó a mi lado y me mostró la pantalla de su celular— De acuerdo a la información de tu perfil, te asignan otro jugador y un tiempo determinado.

    ¿Para enamorar a la otra persona?

    Si, la aplicación cuenta con un sensor de pulsaciones y a un costado de la pantalla aparece este nivelador de emociones que se aclara cuando la otra persona te resulta indiferente y se oscurece a medida que empiezas a enamorarte.

Hice una mueca, aquello sonaba a página de citas. Estaba perdiendo mi tiempo. Lamenté haber llegado hasta allí y me pregunté hasta qué punto era curiosidad respecto a la aplicación o necesidad de dejar atrás un capítulo en mi vida. Enfrentarme a la realidad, ser capaz de hablar con Lorena normalmente. ¿Podríamos volver a lo que solíamos ser, algún día?

    Lo siento— Y de verdad lo sentía— Casi olvido que hoy tengo un compromiso muy importante, algo del trabajo. Tengo que irme.

    Pero…

El golpe de la puerta silencio su voz. Mis pasos desesperados me llevaron a una plaza desolada, a pocas cuadras, y mis manos temblorosas revolvieron entre los papeles de mis bolsillos para sacar mi celular. Cámara frontal. Necesitaba encontrar a la niña en el reflejo y por un segundo nuestras miradas se encontraron, ella parecía decepcionada. De inmediato se esfumó y solo me vi a mí misma, adulta y derrotada.



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