Capítulo II
«Dices que tienes
corazón, y sólo/ lo dices porque sientes sus latidos;
Eso no es
corazón..., es una máquina/ que al compás que se mueve hace ruido». –Bécquer.
Imaginemos
que nos encontramos con un instrumento por primera vez. Todos hemos pasado por
eso. Estiramos la mano tímidamente, mirando para los costados para asegurarnos
de que no hay nadie que pueda juzgar nuestra ignorancia. Apretamos una tecla al
azar o una cuerda. Observamos, mordisqueando nuestro labio inferior, preguntándonos
como hará la gente que sabe. Como en la vida. ¿Cómo harán ellos? ¿Será
esfuerzo, será talento? ¿Será suerte?
Y a
veces termina allí el experimento, nos alejamos porque otras cosas llaman
nuestra atención, o el encuentro cambia nuestra vida para siempre y las
caricias se multiplican hasta tornarse en melodías y las melodías en
sentimientos cada vez mejor representados. Como en la vida, a veces las
inseguridades nos alejan y culpamos al tiempo. Otras nos aferramos a nuestros
instrumentos y ellos se encargan de exteriorizar nuestra forma de ver el mundo,
ofrecer nuestro corazón a otros para que lo palpen, inhalen su aroma con los
ojos cerrados, y luego nos lo devuelvan.
—
¿Celia?
La
puerta se abrió y Lorena emergió, tal como la recordaba. Como una conejita
regordeta de mejillas sonrosadas y labios carnosos. Ojos negros, asustadizos.
—
Que
sorpresa. Pasa.
Se
apresuró a limpiar sus manos en el delantal y se arregló el moño mientras se
movía nerviosa de un lado a otro de la piecita. La seguí, cerrando la puerta a
mis espaldas. No la veía desde la secundaria, desde el accidente. Estaba
haciendo una tarta de manzana; me ofreció chocolate caliente, arrojó leña al
fuego, prendió un incienso. Solía bromear al respecto, le decía que sus
inciensos eran como cigarros pero aprobados por la inspección de su madre.
Quizás había sido demasiado dura con ella, ahora me lo cuestionaba. Hasta
cierto punto, cruel.
—
El
otro día me llamaron los de la publicidad de esta aplicación nueva— Le dije y
tomé asiento porque me cansé de seguirla de un lado a otro— Guerra de corazones. Le di un vistazo y
me apareciste como usuario registrado.
Lorena
frunció el ceño. Se había estado preguntando a qué se debía mi visita,
seguramente, y pronto yo desperté de mis ensoñaciones y empecé a cuestionármelo
también. Allí estábamos, dos desconocidas que alguna vez habían sido amigas,
mirándonos a los ojos como si en ellos se encontrara un texto importante
escrito en otro idioma.
—
Es
solo un juego, una tontería— Se sentó a mi lado y me mostró la pantalla de su
celular— De acuerdo a la información de tu perfil, te asignan otro jugador y un
tiempo determinado.
—
¿Para
enamorar a la otra persona?
—
Si,
la aplicación cuenta con un sensor de pulsaciones y a un costado de la pantalla
aparece este nivelador de emociones que se aclara cuando la otra persona te
resulta indiferente y se oscurece a medida que empiezas a enamorarte.
Hice una
mueca, aquello sonaba a página de citas. Estaba perdiendo mi tiempo. Lamenté
haber llegado hasta allí y me pregunté hasta qué punto era curiosidad respecto
a la aplicación o necesidad de dejar atrás un capítulo en mi vida. Enfrentarme
a la realidad, ser capaz de hablar con Lorena normalmente. ¿Podríamos volver a
lo que solíamos ser, algún día?
—
Lo
siento— Y de verdad lo sentía— Casi olvido que hoy tengo un compromiso muy
importante, algo del trabajo. Tengo que irme.
—
Pero…
El golpe
de la puerta silencio su voz. Mis pasos desesperados me llevaron a una plaza
desolada, a pocas cuadras, y mis manos temblorosas revolvieron entre los
papeles de mis bolsillos para sacar mi celular. Cámara frontal. Necesitaba encontrar a la niña
en el reflejo y por un segundo nuestras miradas se encontraron, ella parecía
decepcionada. De inmediato se esfumó y solo me vi a mí misma, adulta y
derrotada.
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