sábado, 18 de febrero de 2017

Guerra de corazones

Capítulo V

« …a life without meaning, without drive or focus, without dreams or goals, isn't a life worth living» –Chris Colfer.

Imaginemos que tenemos un sueño. Todos hemos tenido uno alguna vez. Yo diría que se puede tener de distintos tipos; cuando era niña, por ejemplo, tuve uno que involucraba mi guitarra. Convertirme en una cantante de la que sentirme orgullosa. Pero, a su vez, un día soñé que el fuego me arrancaba la guitarra de las manos y la convertía en cenizas. A veces no entiendo hasta qué punto los sueños son mentira, si a veces encerramos en ellos la realidad u otras los tomamos como génesis a partir del cual moldearla. Yo diría, más bien, que los sueños son realidades en susurros y, nuestras acciones, amplificadores.

Regresé a la plaza con la secreta esperanza de que Lorena estuviera allí y, a su vez, de que no estuviera. Había cantado junto a la fuente, hacía varios años, para recaudar fondos para un viaje del colegio o algo así, no lo recordaba. Estaba absorta en mis pensamientos cuando una mano se posó en mi hombro.

    Celia, la misteriosa— Se burló Matías y tomó asiento a mi lado en el banquito— Suena a título de película. ¿Qué es de tu vida?

    Estudio diseño, trabajo en una tienda y planeo heredarla en unos años cuando la dueña muera porque no creo que tenga a nadie, amigo o familiar, que la aguante tanto como yo.

    Si muere antes de tiempo, creo haber encontrado a mi principal sospechosa.

El tipo no había cambiado mucho. Alto, musculoso. Sus chistes siempre le hacían más gracia que a mí. Solía competir con él por las calificaciones, cuando todavía me importaban esas cosas, pero en el fondo siempre nos habíamos caído bien. Eran pocos los que entendían la importancia del espacio y del silencio, Matías era uno de ellos. Me contó sobre su estudio de grabación, allí mismo en el barrio, entre tal y cual local. Después, nos quedamos mirando la fuente. Una pareja de ancianos pasaba de la mano, un niño jugaba a la pelota con su papá, una chica que paseaba al perro se detenía a beber de su botella antes de retomar el trote.

    Podrías pasarte por ahí un día de estos.

    Ya no canto.

Hizo una mueca, como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago. Se desprendió un botón de la camisa, de repente parecía incómodo. Como si se hubiera dado cuenta, de un momento a otro, que todo este tiempo había estado manteniendo una conversación con una desconocida.

    Creo que deberías pasarte por ahí, Celia.

Se fue y saqué el celular. Esta vez ofrecí una suma apenas más generosa y uno de los jugadores legendarios aceptó el desafío, la pantera. Si me preguntaran como lo hice, no sabría qué contestar. Nos dieron un mes pero a partir de la primera semana ya podía ver mi progreso, el indicador del usuario con el que competía se empezaba a colorear de un rosado apenas perceptible a medida que hablábamos. Me gustaba abrirme en el juego como solía hacerlo con mis canciones, decirle a otro lo que pensaba del mundo, del techo, de las balanzas y los sueños. De la tristeza, de la música y de los programas de televisión. Yo no tenía nada que perder, porque no podía enamorarme, y disfrutaba de poder compartir con extraños cosas que, hasta el momento, solo le había mencionado a la yo de otras épocas. La niña que, desde la visita a Lorena, no había vuelto a aparecer.

El indicador de la pantera pasó del rosa al rojo, del rojo al negro. La pantalla mostraba que el dinero había sido transferido a mi cuenta y mis ojos se iluminaron con los carteles de felicitaciones por parte de los demás usuarios que no podían creer la hazaña. Humedecí mis labios, acepté mi premio con el pulgar y no tardé en enviar la siguiente oferta. Así, uno a uno, los jugadores fueron retándome y me hice un lugar en la lista de los campeones. Todavía no terminaba de entender si lo hacía por ego, por dinero o por el simple hecho de que necesitaba un consuelo mientras la niña no estuviera a mi lado, cualquier otra persona que me prestara su tiempo, su amor. 

¿Qué es el tiempo? ¿Qué es el amor? ¿Hasta qué punto podemos controlarlos, medirlos, comprarlos?



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